Blogia
jabitxu

Prostitución

María está ahora en casa, nuestra nueva casa. A veces me desespera pensar que ella no me entiende, o quizás soy yo el que no la entiende. Nuestra relación está llena de discusiones, de puntos de vista que diferentes, o no tan diferentes, quizás son iguales, pero no sabemos expresarlos de la forma correcta. Ayer por la noche tuvimos una discusión en la que ella afirmaba que no me paro a pensar en mis actos, que actúo sin pensar en las consecuencias.

Hace un par de años estuve con una prostituta una noche de juerga con mis amigos. La noche empezó en el bar de un amigo mío, tomamos unas cuantas cervezas, bastantes, como venía siendo habitual, y después continuamos de garito en garito, copa tras copa. A pesar de algunos infructuosos intentos, la compañía femenina que todos esperabamos no aparecía por ningún lado y quizás el resquemor hacia el genero femenino que no quiso acompañar a tres jóvenes con 'buenas' intenciones en su búsuqeda de cariño y amistad nos hizo tomar la decisión de buscar sexo sin compromisos, de pagar por una simulación de lo que buscábamos, de pronunciar un 'te quiero', aunque ausente de compromiso. Por el módico precio de 60 €, ibamos a creer que alguien nos amaba, que nos veía atractivos, que deseaban amarnos incondicionalmente. Una caricia en la mejilla, seguida de un beso nos transportaba a un mundo de ilusión que en aquel momento queríamos creer como real. Tan triste era mi situación (y me reitero en que se trara de mi situación, pues no pretendo juzgar el contexto por el que se regían mis compañeros) que necesitaba compartir mi amor con alguien, aunque supiera que era de forma unilateral, que el único que amaba en aquel momento era yo, pues para poder dar un abrazo, para poder dar un beso, para poder mostras mis ansias de amar, habría de pagar 60 €.

María no entiende como soy capaz de acostarme con alguien que no quiere hacerlo conmigo. Con alguien que ha viajado miles de kilómetros en busca de una vida mejor y se ha encontrado con que la única forma de sobrevivir en un país extraño es prostituirse. Puede que sea un insolidario, un irreflexivo que ha consumido prostitución, colaborando de una forma indirecta con las mafias de trata de blancas, con la explotación humana, con la degradación de las personas, despreciando unos principios éticos que todos deberíamos llevar grabados en nuestro cerebro. Pero yo no me siento así. En mi desesperación por encontrar alguien que me acompañara aquella noche, acabé entre sábanas tintadas de amarillo lejía, compartiendo almohada con una persona hastiada de noches vacías, tan vacías como la que me tocó vivir a mí aquel día. Quizás proteja mi conciencia pensando que el mundo siempre ha sido así, que el trabajo más viejo del mundo nunca desaparecerá de la sociedad, que las putas verán como los informáticos, los taxistas y los astrounautas se van todos al paro. Y reconozco el trabajo de prostituta tal y como es, como un oficio.

Y el día que me pregunten si no me parece mal irme de putas, diré que sí, y aunque me tachen de insolidario y egoista, afirmaré que puede ser denigrante para ellas, pero más denigrante es para mí, que no tuve otra opción que pagar por media hora de cariño.

1 comentario

agua -

No está mal irse de putas, ni que existan. Lo que está mal es que las tías no necesiten tanto sexo como para que el mundo se llene de putos.